Romance de la Guerra de África y el pedroñero Saturio Araque | Las Pedroñeras

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martes, 4 de noviembre de 2014

Romance de la Guerra de África y el pedroñero Saturio Araque


¡Qué alegría da recibir este romance que uno creía desaparecido! Nos lo pasa el amigo José Luis Castillo, pues su madre, Paz, hija de Saturio Araque Lorente, lo conservaba. De Saturio, así como del resto de los pedroñeros que estuvieron en el Desastre de Annual, ya hablamos dando los datos que en nuestro poder obraban, en esta entrada anterior. Ahora queda compartir con vosotros este romance que los copleros cantaban por los pueblos y en el que se da cuenta de la liberación de los cautivos. Entre ellos se encuentra nuestro paisano, Saturio, y la narración le dedica algunos versos que se detienen a su circunstancia: a los muchos meses que estuvo prisionero, a la desesperanza de sus padres de verlo ya con vida, a la alegría tras su liberación, a la carta que él les envía diciéndoles que pronto regresará a casa. No es de extrañar la emoción colectiva con que el pueblo salió luego a recibirlo.


Romance de la liberación de los presos de Annual

PRIMERA PARTE

Ya regresan los cautivos
ya repican las campanas.
¡Qué alegría, Dios Divino!,
el deber patrio nos manda.

Por todas parte se oía
el grito de ¡Viva España!
Otros decían "no vienen;
nuestros soldados no embarcan".

Una señora decía:
"Los de las banderas blancas
tienen que ser los cautivos;
miradlos allí, ¡qué lástima!

Frente al Peñón, lectores,
la comisión jalifiana
en el vapor "Antonio López"
para Akdir embarcaban.

Hombre, mujeres y niños
por todas parte lloraban.
Unos decían "¡ay, mi hermano!"
Otros decían "¡ay, mi hermana!"
Mientras tanto, el temporal
con más fuerza arreciaba.

Un grito aterrador
de nuestros labios se escapa.
Ya vienen los prisioneros.
Vierten nuestros ojos lágrimas.

En tres grupos, los cautivos
divididos se hallaban.
Algunos de los soldados
tenían las uñas tan largas
que parecían propiamente
los ganchos de una romana.

Y D. Felipe Navarro 
de este modo se expresaba:
"Acabo de nacer, señores";
y después, se paseaba.

Y todos se convierten 
en un mar de lágrimas.
¡Hijos de mi corazón! 
Los detienen, ya no embarcan.
¿Qué delito han cometido
para no venir a España.

Otros decían: "Los cautivos
han defendido la patria;
han derramado su sangre
llenos de fe sacrosanta".

!Ay si D. Juan Prim
la cabeza levantara
y viera a sus soldados
en esa isla tirana!
Les diría: "¡Levantaos;
esclavos, tenéis patria!

Montaría en su caballo,
desenvainaría su espada
sin dar los cuatro millones
por los cautivos en plata.

¡Ay, qué lástima de mozos!
¡Pobres madres desgraciadas!
Pasa de diez mil los muertos,
mártires de nuestra patria.

Abd-el-Krim, el cabecilla,
que no pasen de la raya
(doscientas sesenta mil
pesetas le faltaban).

Pero dan con el dinero
que, por cierto, estaba
en un rincón de "Antonio López".
Vuelve a renacer la calma.

El señor Echebarrieta
y Abal-el Seban estaban
con Dus-Ben-Said;
los tres conferenciaban.

¡Oh, qué mañana más triste!
La muerte los acechaba;
por todas partes la muerte
allí se nos presentaba.

El vapor "Antonio López"
con ansia se esperaba
nuestros gloriosos cautivos
al grito de ¡Viva España!

Se estremece el corazón,
allí la pluma se para.
No es posible escribir
este horroroso drama.

¡Viva el general Navarro!,
los artilleros gritaban,
y el general enternecido
les daba un millón de gracias.

Un soldado moribundo
pensando siempre en su patria
en su cariñoso padre,
en su pobrecita anciana.

Dio un grito y exclamó:
"Estamos libres, ¡viva España!
Dichoso puede llamarse
el que muere por su patria".

Corazón de tigre tiene
el que al leer esta página
no siente compasión,
vierten nuestros ojos lágrimas.


SEGUNDA PARTE

La sonrisa de la muerte
en su rostro dibujaba.
Nuestros soldados hambrientos
de este modo se expresaban:

Ya ven ustedes, señores,
media torta de cebada.
Eso para todo el día;
los piojos nos devoraban.
Otras veces, caballeros,
cáscaras secas de habas,
pero no todos los días,
que los moros las quemaban.

Y un puñado de garbanzos
cocidos con poca agua, 
sin sal. Ya ven ustedes
qué alimento nos daban.

Un día matamos un perro
y con él hicimos una salsa.
Si tardamos cuatro días
de regresar a la patria
de hambre allí perecemos;
ya las fuerzas nos faltaban.
Solo el sargento Basallo
de nosotros procuraba.

Entre esas nueve mujeres
que han sido rescatadas
figura Carmen Úbeda,
joven, esbelta y guapa.
Viene encinta la infeliz;
ha sido muy maltratada.

Seiscientos son los cautivos,
trescientos son los que faltan,
porque los otros trescientos
hallaron la muerte amarga
en el ara de la virtud,
vencidos por su patria.

Dice el señor capitán:
"Yo tenía una trampa
para cazar los ratones
y con esto me alimentaba.

Pero qué sorpresa, Dios mío,
ya no cazaba nada 
porque otro soldado
dio en robarme la caza.

A nuestro general Navarro
los moros le obligaban
y le hacían trabajar;
nuestro general cantaba.

El señor Echebarrieta
cuenta de esto y no acaba.
A los heroicos marinos
dos mil pesetas les daba,
no llegando a efectuarse
porque no le fue aceptada.

También el sargento Basallo
ha dado a su nombre y fama
entre todos los cautivos
según la prensa relata.

Este pasaba lista,
y si alguno faltaba,
les decía: "Hermanos mío,
nuestra patria nos reclama".

He aquí otro episodio
de un soldado de la Mancha
natal de Pedroñeras
este soldado se llama
Saturio Araque Lorente
que prisionero se hallaba
ya dieciocho meses
en aquella tierra africana.

"¡Ay!", decían su padres,
"ya no tengo esperanza".
El pueblo emocionado,
de verles llorar, lloraban.

El 29 de enero
recibió un telegrama.
¡Saturio Araque Lorente!
¡Este es mi hijo!, gritaba.
Sus padres, llenos de gozo:
¡Hijo mío de mi alma!

Aquella noche, su padre:
"¡Es un sueño!", deliraba.
Una madre siempre espera
de un hijo la llegada.
Febrero, día primero,
a las diez de la mañana,
recibe aquella madre
de su hijo una carta.

La carta:
Padre de mi corazón, 
madre de toda mi alma,
os mando, pues, mi retrato,
sí, madre adorada;
y este otro de mi amigo
que me ha escrito esta carta,
para el 20 de febrero
pienso de estar en casa.
El no escribirle más:
porque el pulso le temblaba.

He aquí otro excautivo
que efusivo se abrazaba
a su hermano y le decía:
"¿No me conoces, caramba?
Soy Castillo Lozano,
hermano mío de mi alma,
hijo de Villarrobledo;
¿aún no me conoces? ¡Habla!"
"¡Virgen de la caridad!", 
el soldado exclamaba,
"perdona, hermano mío,
que por muerto te contaba".

¡Viva el sargento Basallo!, 
por su acción humanitaria.
Tan solo por su heroísmo
ha dado a su nombre fama.

Don Horacio Echevarrieta,
el naviero bilbaíno,
de su patria el blasón lleva
por redimir a los cautivos.

ÁCS

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Y si me dais una dirección, os lo puedo acercar a casa.
Ángel Carrasco Sotos

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